domingo, 6 de junio de 2010

De la verga

Viernes, 19 de Marzo de 2010 14:26 Héctor Cortés Mandujano

Las palabras menos en uso, menos escritas y mejor calladas son las que mejor se saben y las más generalmente conocidas. Montaigne.
Según la Enciclopedia Hispánica (Pág. 216), el pene es el “órgano masculino
eréctil de la cópula, situado delante de la sínfisis del pubis y destinado a llevar el semen a la vagina o cuello del útero”.
Leonardo da Vinci, en “Della vergha” escribe sobre el mismo órgano: “Tanto si
está dormido o despierto, el pene actúa como él lo desea; puede ser que el
hombre duerma y el pene esté despierto o bien que el hombre esté despierto
mientras el otro duerme y es común, además, que el hombre quiera hacer uso de él y éste desee lo contrario, pero también hay ocasiones en las que el pene desea
ser utilizado y el hombre se lo prohíbe. Por lo tanto parece que esta criatura
posee vida e inteligencia propias, por lo que es una equivocación avergonzarse y
mantenerlo siempre cubierto y oculto, mientras que merecería ser adorado y
exhibido con las mismas ceremonias que un ministro” (citado por Israel González,
en “Da Vinci”, Semanario Este Sur 288, enero 2001, Cultura, VI).

En su novela Cambio de piel (Planeta, 1967), Carlos Fuentes escribe una larga
lista sobre los nombres que, en México, tiene el pene: palo, pistola, rifle,
reata, pirrín…; y lo mismo hace Camilo José Cela en Cachondeos, escarceos y
otros meneos (Planeta, 1991) con los usos españoles: falo, cipote, minga,
espada…

Pero un texto de veras divertido es el que escribe Mauricio Ortiz en su espléndido libro Del cuerpo (Tusquets, 2001, Pág. 149): “El pene —como también se le llama, con eufemística prudencia, al chile— goza de un sinnúmero de motes. Plátano, salchicha y nabo son tan directamente morfológicos que se explican por sí mismos, igual que rábano, camote o longaniza. Otros apodos son tan oscuros
que ni siquiera vale la pena escarbar un significado: ñonga, chonene. Otros guardan diversas intuiciones referentes a su aspecto general y sus funciones,
como riel, manguera, mazacuata. Otros más necesitan una frase acompañante: Lupe, la que no tiene boca pero escupe”.

Aunque tiene muchos más (el sin uñas, el pelón, el cara ‘e papa), en Chiapas
tiene, también, varios, algunos muy ridículos: cocola (o cocolita, según el
tamaño), pájaro o pajarito, chomeme, zule (en Villaflores), pero, en general, se
le llama verga.
La palabra verga es, tal vez, una de las más usadas en nuestro lenguaje cotidiano. Hace tiempo era coto exclusivo de varones y no era posible, salvo que se fuera un tipo sin la más mínima educación, decirla en voz alta frente a las damas. Ahora ya lo usan las mujeres, en especial las jóvenes, para llamarse entre ellas. Ah, la
equidad de géneros.

Unos tonaltecos, me contó un amigo, fueron al DF a realizar unas diligencias.
Los ayudó una senadora famosa. Volvieron con camarón y totopos. El secretario
particular de la política, contaron, tomó el regalo y lo guardó en un mueble suyo. Los chiapanecos, con pena, pero con firmeza, le aclararon que el regalo no
era para él, sino para la senadora. Él, con calma, les explicó: “Miren, a las mujeres no les gusta ese tipo de regalos. A ellas, les dijo docto, les gustan las flores… y la verga. La verga es tan sabrosa, continuó, que, incluso, le gusta a muchos hombres”. En Los acarnios, comedia de Aristófanes, estrenada en
Grecia, en el año 425 a. C. (Porrúa, 1996), se dice algo similar: “¡Oh, Falo
consocio de Baco, el más alegre invitado, el que ronda por las noches, y aun le
gusta a los muchachos!”.
Salvo en la adolescencia, donde es relativamente normal que entre varones se la
enseñen para ver quién la tiene más grande, o para competir sobre quién tarda
más o menos en eyacular, la verga se convierte en un atributo oculto (en el baño
cada cual busca la manera de que el de al lado no se la vea, por ejemplo), visible sólo cuando va a ejercer su función erótica. El misterio más hondo, cito de memoria a Henry Miller, no es la vida, no es la muerte, sino el sexo.Tal vez por eso, en Villaflores, derrumbaron la escultura en barro El hombre del maíz, de Robertoni Gómez. ¿Su pecado? Que exhibía una verga diminuta. “Va a juntar mucho mampo”; “van a pensá que todos lo tenemo de ese tamaño, tan chiquitío”; “el Robertoni se usó de modelo”; “¿Qué es eso de poné el machetón al aire?”; esos, he sabido, son algunos de los argumentos para destruirla.El problema sigue siendo el miedo a la verga, incluso a la palabra. El sexo femenino se insinúa, pero permanece oculto en la desnudez. El masculino salta, se exhibe, respinga (pinga, por cierto, es otro de sus apodos). Mejor que quede amortajado, escondido; machete, estate en tu vaina.
En La prueba (Era, 2002, Pág. 50), César Aira nos presenta a una lesbiana
enamorando a una chava que se asusta con la propuesta directa. Mao, la lesbiana, le explica a Marcia: “Te escandaliza nuestra brutalidad, pero no se te ha
ocurrido que en el fondo sólo hay brutalidad (…) Hasta los hombres son esa
brutalidad, así sean profesores de filosofía, porque debajo de todo lo demás está el largo y ancho de la verga que tienen. Eso y nada más”. La verga, finalmente, es el origen de nuestra vida. Allí estamos hasta que nos expulsan para fecundar al óvulo. Somos el espermatozoide triunfador, dicen los médicos. Por eso es muy justa la imagen que decidió para su epígrafe Armando Vega-Gil, uno de los integrantes de Botellita de Jerez: Me voy a la verga, de donde nunca debí haber salido.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com Esta dirección electrónica esta protegida

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